El valor de la paciencia y la perseverancia en la vida espiritual
Tscrito por:Pbro. Arturo Soriano
engan paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. Miren cómo el sembrador cosecha los preciosos productos de la tierra, que aguardado desde las primeras lluvias hasta las tardías. Sean también ustedes pacientes y no se desanimen porque la venida del Señor está cerca. Hermanos, no se peleen unos con otros, y así no serán juzgados; miren que el juez está a la puerta. Consideren, hermanos, lo que han sufrido los profetas que hablaron en nombre del Señor y tómenlos como modelo de paciencia. Fíjense que llamamos felices a aquellos que fueron capaces de perseverar (Cf. Santiago 5, 7-11).
La paciencia proviene de las palabras paz y ciencia. Es un fruto del Espíritu Santo y es la capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse. Paciencia signi ca tener autodominio cuando no se puede controlar la manera de actuar de una persona o cuando los casos no salen como se quiere. Ser paciente es ser sereno y tolerante frente a las di cultades.
Jesús, nuestro Señor, nos invita a ser pacientes en los sufrimientos, y en las pruebas no hay que permitir que nunca entre en desesperación, el desasosiego entre en nuestro corazón; la paciencia re na el carácter, denomina nuestra voluntad; la paciencia es una virtud que embellece nuestro interior. La paciencia es necesaria para aceptar con amor las cruces de cada día. El mejor ejemplo en paciencia es nuestro Señor Jesucristo que caminó por la calle de la amargura y soportó con paciencia los sufrimientos más atroces; jamás su corazón se turbó ante el rechazo, los maltratos de los soldados romanos. Hay que soportar las di cultades de la vida como un buen soldado de Cristo Jesús (Cf. Santiago 2, 3).
El apóstol Santiago nos invita también a considerarnos afortunados cuando nos toque soportar toda clase de pruebas. Esta puesta a prueba de la fe desarrolla la capacidad de soportar, y la capacidad de soportar debe llegar a ser perfecta si queremos ser perfectos, completos, sin que nos falte nada (Cf. Santiago 1, 2-4). Y concluye el apóstol:
Feliz el hombre que soporta pacientemente la prueba porque, después
de probado, recibirá la corona
de vida que el Señor prometió a
los que lo aman (Cf. Santiago 1, 12).
Santa Teresa de Jesús decía:
"Nada te turbe, Nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda. La paciencia, todo lo alcanza; quien a Dios tiene, nada le falta: solo Dios basta".
La vida consiste en amar a Dios sobre todas las cosas y amar a nuestros hermanos, y el amor exige delidad. La prueba más exigente de la delidad es la perseverancia en la vida cristiana. Si realmente hemos tenido un verdadero encuentro con Jesucristo Resucitado, estamos invitados desde lo más profundo de nuestro corazón a permanecer y perseverar en su amor.
Los que acogieron la palabra fueron bautizados y perseveraban asiduamente en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión fraterna, en la fracción del pan y en las oraciones. Vivían unidos y tenían todo en común. Todos los días se reunían con entusiasmo en el Templo, partían el pan en sus casas y alababan a Dios (Cf. Hechos 2, 41-47).
La multitud de los eles tenía un solo corazón y una sola alma. Daban testimonio de la Resurrección del Señor y no había entre ellos ninguno que sufriera necesidad, ya que compartían según las necesidades de cada uno
(Cf.
Hechos 4, 32-
35). Y durante todo el
día no cesaban de enseñar y
proclamar a Jesús, el Mesías, ya
sea en el Templo o en las casas (Cf.
Hechos 5, 42).
En ese tiempo, la Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaria. Se edi caba, caminaba con los ojos puestos en el Señor y estaba llena del consuelo del Espíritu Santo (Cf. Hechos 9, 31).
San Pablo, por medio de los Hechos de los Apóstoles, termina expresando el plan perfecto de la acción de la Iglesia. Proclamaba el Reino de Dios y les enseñaba con mucha seguridad lo referente al Señor Jesucristo, con toda valentía (Cf. Hechos 28, 31). Y Jesús nuestro Señor nos pone como condición, si queremos ser sus discípulos: "Si alguno quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz de cada día y que me siga" (Cf. San Lucas 9, 23).
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